NO ME PROVOQUES
¡Qué difícil es ser yo! Tan hermoso como Afrodita, fuerte como los gayumbos de Hulk, con un miembro de caballo... Pero a pesar de todas esas virtudes, mi vida puede llegar a ser molesta.
Ejemplo fácil: tienden a llevarme la contraria personas más tontas que Abundio, que se llevó un táper de uvas para merendar el día de la vendimia.
Aunque parezca mentira, sí, esa es la gente que pretende tener mejores argumentos que yo...
Ey, y uno no se puede apenar por las críticas, y mucho menos
dejarse humillar; eso sería una muestra de pequeñez intelectual. Yo creo en la necesidad de demostrar mi superioridad frente a los palurdos que
salen a mi paso.
Tomando como ejemplo a Hitler, a Mussolini y a Walt Disney, llegué a la conclusión de que ninguno de ellos dejó que lo pisotearan.
¡Qué coño! Pero si el último convirtió a un puto ratón en el símbolo familiar por excelencia.
Ay...si los curas se disfrazaran de Mickey Mouse, otro gallo cantaría en Francia.
Para que veas: voy a contarte una de esas ocasiones donde alguien puso a prueba mi paciencia y le salió rematadamente mal.
Como cualquier otro día, estaba apoyando la compra en la cinta transportadora de un supermercado. La mayonesa por aquí, las albóndigas por allá, que si el coñac, que si las maquinillas para afeitarme las piernas… Sin embargo, cuando ya iba por la mitad, me di cuenta de que me había olvidado de coger algo. En este caso se trataba de papel higiénico.
Se perfectamente que es una situación molesta para el resto de clientes, pero que se jodan y esperen. Aquí el primero soy yo, y mis asuntos y quehaceres son más importantes que los de cualquier otra persona. Además, a veces disfruto de hacerlo a propósito solo para generar un poco de mal ambiente, así que con más razón me chupa un huevo la opinión del resto.
Dio la casualidad de que no era lo mismo que opinaba un infeliz que quiso cantarme las cuarenta desde atrás:
- ¡Pero mira que eres cabrón! ¡Coge las cosas antes de ir a la cola, joder!
Mis oídos no me habían fallado, alguien osó levantarme la voz. Me giré para ver al insecto repugnante que acababa de gritar aquello y la sorpresa que me llevé fue mayúscula. Ante mí había un viejo encorvado con cara de pocos amigos apoyado en un bastón. Debía tener como mínimo 90 años, porque era la prueba viviente de que hay algo más allá de la muerte. Saqué a relucir mi mejor sonrisa cínica y respondí:
- He visitado baños públicos con menos mierda que tu opinión. Paso, que voy a por papel y así te limpio el ano que tienes por boca, sorbemocos.
Abrió exorbitantemente los ojos, ya que no se esperaba que le respondiera con tal descaro (menos aún por su condición de anciano). Su labio inferior empezó a temblar con menos coordinación que un ataque sorpresa de los Power Rangers.
- Es una pena ver que tu puta madre no te enseñara modales. Te voy a meter el palo por el culo y ya verás como no vuelves a hablarme así.
Antes de que le diera tiempo a acabar de alzar su vara, le propiné un puñetazo directo al estómago, el primero de la gala.
El hombre salió disparado, como si se tratara de Carrero Blanco.
Y que cosa, que fue a
parar a la zona de pescados, una de mis favoritas. Me encanta el salmón.
Me apersoné allí en menos que lo que dura un parpadeo, puesto que pese a mi rubenesca porte, soy veloz cual lince. Vio con terror lo rápido que había llegado hasta él e intentó deslizarse hacia atrás por el suelo. Mientras, suplicaba clemencia con una mano delante de su cara, como quien espera el perdón de un Dios del que se ha blasfemado. Pero ya era demasiado tarde.
Le atiné una paliza enorme, haciendo uso de todos los peces que estaban expuestos.
Le desgarré la espalda con una merluza sin descamar
Blandí dos meros mientras me imaginaba ser un elfo con espadas dobles
Le estampé en la boca el besugo más orondo jamás encontrado.
Llegado un momento, hice alto el fuego para buscar más armas. Entonces intentó desesperadamente usar la táctica de los cobardes: huir. Hizo un vago intento arrastrándose boca abajo por el suelo mojado de hielo derretido, sangre y tripas de pescado. No tuvo oportunidad alguna, yo había encontrado un pez espada. Se lo ensarté en el hombro (que es la parte del cuerpo donde si te disparan o cortan, no pasa nada) y lo levanté como quien alza su copa de vino para hacer un brindis.
Con él en el aire, me puse a mirar como había quedado el panorama en la pescadería. Se veía realmente grotesco, como si fuera la secuela de Holocausto Caníbal. En ese momento me reí tanto que pensé que el muerto iba a ser yo.
PUES VA A SER QUE NO
Lo arrojé con furia para continuar la masacre en donde fuera que cayese. Esta vez en la sección de cacharros de cocina, con el bicho aún clavado y todo.
Tenían una colección de machetes gastronómicos tan exuberante que no pude resistir la tentación de probar todos y cada uno de ellos clavándoselos entre las costillas. Se me escapó una lagrimilla de nostalgia recordando la primera vez que apuñalé a mi padre.
En cierto momento, tuve que parar para respirar porque, como es lógico, después de 25 cuchilladas uno está algo cansado. El anciano se arrancó el pescado y cogió un cuchillo de chef para intentar defenderse de alguno de mis ataques. Automáticamente pensé que su idea increíblemente estúpida, porque después de intentar atravesarme, cayó en cuenta de que su arma aún tenía puesto el plástico duro de seguridad.
Una vez más, fue tan patético me provocó otro ataque de risa. De todas formas, trató de hacerme daño aprovechando la ocasión. Encima, que me hubiera reído de él, lo tenías mas puteado. Se volvió a abalanzar sobre mí, pero pude esquivar el golpe y contraatacarle con lo primero que agarré: una sartén.
Me equivoqué de profesión, debí ser tenista: el tipo describió en el aire una parábola perfecta y fue a parar a la zona de limpieza e higiene. Pensé por un segundo en mandarlo a la sección de ropa para asfixiarlo con una bufanda de punto o con unas medias, pero el destino quiso otra cosa.
Y como no, fue llegar y ya andaba buscando algo con lo que tenderme una trampa. Ya estaba harto, así que me puse serio.
Lo agarré por los tobillos y lo arrastré yo mismo por el
pavimento. Me fije en que había conseguido agarrar un ambientador (y qué pretendía,
¿Que oliera a jabón de burdel?). Me metí en donde estaban los productos de
limpieza corrosivos y lo sacudí de lado a lado varias veces, estampándolo entre
las dos estanterías.
Tiré su cuerpo mullido, quemado, cortado y casi defenestrado
al piso. Levantó la cabeza como buenamente pudo y me suplicó piedad entre
sollozos. Como soy generoso, se la concedí, pero era necesario un último
ajusticiamiento público.
Así que agarré un bote de lejía y se lo rocié en los ojos. Justo cuando salió la última gota, me dio un retorcijón gigantesco. En lo que mi víctima se retorcía y frotaba sus párpados, me bajé las enaguas y empecé a descomer encima de él 💩. Por cierto, como detalle me puse a silbar para concentrarme mejor. Pero ni eso pudo ayudarme aquella vez. Es decir, uno nunca prevé cómo de salvaje será la llamada de la naturaleza.
Pero una curiosidad que tiene el ser humano es que mientras jiña, su cerebro funciona mejor que en ningún otro momento. Y gracias a ello, pude acordarme de un refrán muy famoso y que venía muy al caso: a quien lucha y suda, la suerte le ayuda.
Casualmente, ya no había más tela que cortar y lo que necesitaba, estaba justo a mi lado. Con estirar el brazo, pude agarrar un rollo de papel higiénico especial para niños y limpiarme el culo yo solito.
¡Que tacto tan suave! Alegremente, acababa de encontrar lo que me faltaba para irme a casa.
Me libré de lo usado depositándolo limpiamente en la boca aquel que fue derrotado.
ASÍ DEMOSTRÉ MI SUPERIORIDAD Y VIRILIDAD UNA VEZ MÁS
10 minutos después, pude cerrar la pretina del pantalón, coger un paquete y marcharme hacia la cola bajo la atenta de todo el mundo.
Volví a casa muy contento. Ese día la compra me salió gratis.
😇
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